"La vieja fórmula de los emperadores más corruptos del Imperio Romano" Hoy por hoy la política (universitaria quizás, como muestra a escala de lo que se maneja en círculos mayores) se ha transforma en un cúmulo de analgésicos dados de tal forma que cada uno mire a cualquier lado, menos hacia el que lo afecta directamente, que particularmente decide el camino de lo que será un futuro (¿posible?) a todas vistas deleznable, pero para muchos aceptable.
Si se ataca a la persona, se desvía la atención en una discusión, y, si esto favorece a los intereses personales de unos pocos, es válido ocupar lo que se tenga a mano para lograrlo, la familia inclusive. Si esto es así, el trato entre caballeros toca a su fin, el filo de la navaja brilla en la espalda, mientras la sonrisa aflora en los labios: Arlequín a todas luces, carnaval general, estudiantes jugando a ser... a final de cuentas sigue siendo el beneficio de unos en desmedro de otros, da lo mismo el lado por el que se le mire.
Seguimos viviendo el Carnaval, asistiendo al show diario en donde cada parte dice abogar por el beneficio de una mayoría (¿Cuál?) muchas veces inexistente, una mayoría que se desvanece en la bruma y que, como tal, es borrosa a la vista del resto. La mayoría la definen unos pocos: que paradójico.
Nadie pide que todos piensen igual; si fuese así, esto sería más absurdo aún. Tan solo juguemos a la antigua forma, aquella en que se discute en base a argumentos y no gana aquel que grita más fuerte, el que golpea más bajo o que, simplemente, recurre a la argucia de ocupar el beneficio de la mayoría para satisfacer antojos personales.
Seguir el desgaste continuo de confrontar diferencias sin buscar el concilio no ayuda a nada más que a seguir la antigua fórmula de Juvenal: Al CGE, Pan y Circo.
Si se ataca a la persona, se desvía la atención en una discusión, y, si esto favorece a los intereses personales de unos pocos, es válido ocupar lo que se tenga a mano para lograrlo, la familia inclusive. Si esto es así, el trato entre caballeros toca a su fin, el filo de la navaja brilla en la espalda, mientras la sonrisa aflora en los labios: Arlequín a todas luces, carnaval general, estudiantes jugando a ser... a final de cuentas sigue siendo el beneficio de unos en desmedro de otros, da lo mismo el lado por el que se le mire.
Seguimos viviendo el Carnaval, asistiendo al show diario en donde cada parte dice abogar por el beneficio de una mayoría (¿Cuál?) muchas veces inexistente, una mayoría que se desvanece en la bruma y que, como tal, es borrosa a la vista del resto. La mayoría la definen unos pocos: que paradójico.
Nadie pide que todos piensen igual; si fuese así, esto sería más absurdo aún. Tan solo juguemos a la antigua forma, aquella en que se discute en base a argumentos y no gana aquel que grita más fuerte, el que golpea más bajo o que, simplemente, recurre a la argucia de ocupar el beneficio de la mayoría para satisfacer antojos personales.
Seguir el desgaste continuo de confrontar diferencias sin buscar el concilio no ayuda a nada más que a seguir la antigua fórmula de Juvenal: Al CGE, Pan y Circo.
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