Cuentan que cuando Alicia cruzó el espejo no encontró lo relatado por Carroll, s no un mundo similar al suyo, sólo que los corazones latían en el lado derecho del pecho; y es que Lewis mintió y nos mostró otro País de las Maravillas.
Luego de cinco días de Calcuta (de este Calcuta, no del otro, de ese que queda cruzando el mar) me doy cuenta que muchos fuimos los que cruzamos el espejo: el espejo de nuestra ignorancia, de nuestra desilusión, de nuestra mezquindad, el espejo de nuestra vulgar supremacía, el espejo de nuestra propia miseria. Luego de cinco días m percato que Calcuta no sigue la línea del lavado ni de la mentira feliz, me percato de que Calcuta es el paso necesario, es el sueño inconcluso, el sueño colectivo que ya tiene tintes de proyecto.
Calcuta no es un simple nombre de palabras huecas, Calcuta es una identidad multiforme e indefinida, configurada por quienes participan en ella y la viven. La verdad, es que si es un nombre; sus componentes son las que la hacen única e irrepetible, lo que hacen poner en ella lo mejor de ti, pero también tus zonas oscuras, aquellas que temes, aquellas que ocultas, pero que inevitablemente forman parte de ti y sin las cuales no serías lo que hoy eres. Calcuta es por ella una vivencia, una parte de la vida misma, y que como ella, no podemos antelar ni preveer.
Cada ocasión que cruzamos ese largo espejo de cuatro pistas, nos sumimos en una realidad en ocasiones extraña, en ocasiones hermosa, que nos hacia asomarnos al pozo de nuestras propias miserias, en el que habita lo que no somos, pero que pudimos ser, en el que vemos muchas veces lo que no queremos ser; paradójicamente, ese también es el pozo de nuestros sueños, en el que vemos atisbos de luz, retazos de futuro, pedacitos de aquello que querríamos ser y que amaríamos hacer, con esa fortaleza, esa alegría, esa devoción, que en ocasiones tiene dos años y se llama Sofía, o que ya pasa los cuarenta y su nombre es igual al de tantas Marías.
La única conclusión que puedo obtener después de recibir tanto es que quizás Lewis nunca conoció este País de las Maravillas en el que la única diferencia es que el corazón nos late a lados distintos del pecho.
“Con amor y cariño para los que soñamos con cruzar siempre el espejo”
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