No todo es lo que parece; la vista traiciona a los sentidos y donde creemos ver oro sólo está el fulgor del sol en el reflejo del mar; ansiamos de tal manera las riquezas, que esperamos encontrarla en todas partes pero no nos damos cuenta que la verdadera riqueza se encuentra en aquello que desechamos: la tierra que rompemos para buscar oro, el mar que contaminamos para mantener limpia nuestra ¿ciudad? (¡Me puden decir que es eso!), el bosque que talamos para contruir hogares donde discutimos sobre el apocalipsis inminente y papeles en donde escribimos sobre ecología. No todo es como quisieramos que fuera; si las cosas se hicieran a nuestro gusto no habría guerras, hambre ni injusticias... o quizás sí. Dios, dicen algunos, no es más que un niño jugando a ser grande (por eso su sabiduría eterna y total inocencia); el ser humano no es más que un juguete de sus propias intenciones (buenas y malas) que de una u otra manera nos domina y dirije hacia donde realmente queremos ir; ansiamos dominar el mundo pero no somos capaces de dominar nuestros instintos más elementales; nuestra mayor ignorancia radica en no ser capaz de tomar conciencia de nuestras potencialidades y sólo mirar defectos en nosotros y en los demás. Subestimamos a los demás pues no somos capaces de creer en ellos; nuestra mayor divisa es desconfiar de todos y de todo, incluidos nosotros mismos, incluida la espranza en mejorar el mañana.
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